viernes, 30 de diciembre de 2016

EL ORIGEN DE LA MARSELLESA


La Marsellesa

Hace 224 años, el capitán Rouget de I’Isle compuso el

más famoso de los himnos patrióticos y guerreros,

 pero no nació en Marsella, sino en Estrasburgo, como

himno de los ejércitos del Rhin.



Mariano González-Arnao

Revista La aventura de la Historia

Año 4, nº44

Junio de 2002



 El 20 de abril de 1792, la Asamblea Legislativa del “todavía” Reino de Francia, por aclamación, declaró la guerra al rey de Bohemia y de Hungría y, cinco días más tarde, el mariscal Nicolas Luckner, comandante del Ejército del Rihn, recibía en Estrasburgo los despachos ministeriales que el anunciaban ese grave acontecimiento. En seguida, se ordenó enarbolar la bandera sobre la grandiosa catedral de la capital alsaciana y, reunidas en la Plaza de Armas las fuerzas militares, tras el redoblar de tambores y el sonar de los clarines, el alcalde, barón Philip Fréderic Diertrich, leyó en francés la declaración de guerra y el secretario de la alcaldía lo hizo en alemán. Posteriormente, en medio del bullicio popular, los soldados escoltados por la música de las bandas que ininterrumpidamente entonaban el popular Ça ira, desfilaron por las principales calles de la ciudad.



Dicho y hecho

En la tarde de aquel 25 de abril, en recepción celebrada en casa del alcalde, a la que asistieron varios jefes y oficiales del Ejército del Rhin, aquél manifestó su deseo de que se creara un canto o himno nuevo que sustituyera al sempiterno, ligero y excesivamente festivalero Ça ira. Entre los invitados a aquella recepción se hallaba el capitán de ingenieros Claude-Joseph Rouget de L’Isle, conocido por su destacada afición a la música y a la poesía, a quien Dietrich solicitó, vivamente, que hiciera lo posible por componer un himno más acorde con aquellos históricos momentos.

Concluida la recepción, Rouget de L’Isle volvió a su casa y, en la noche del 25 al 26 de abril, acompañándose de su violín, compuso la letra y música del Canto de guerra para el Ejército del Rhin, dedicado a su comandante el mariscal Luckner. Al día siguiente, el alcalde Dietrich, que estaba dotado de una hermosa voz de barítono, lo cantó en su casa a un grupo de amigos y militares –entre ellos, el mencionado Luckner- y por unanimidad fue aceptado como el Canto de guerra del Ejército del Rhin. La señora Ochs, esposa del alcalde, lo adaptó al piano y, juntamente con su autor, Rouget de L’Isle, lo orquestó. Pronto fue impreso y distribuido entre los oficiales y la tropa y, el domingo 29 de abril de 1792, tuvo lugar en la Plaza de Armas, la primera audición pública de Armas, la primera audición pública del Canto de guerra del Ejército del Rhin. Habían bastado cuatro días para crear, estudiar y orquestar el inmortal canto guerrero.

 Dado el éxito alcanzado, el nuevo himno comenzó a difundirse por toda Francia, pero consta el dato de que en la ciudad de Montpellier, con motivo de los funerales celebrados el 17 de junio, en memoria de Monsieur Simoneau, alcalde de Étampes, fallecido en una “revuelta facciosa”, tras los discursos patrióticos, siguió el canto que Rouget de L’Isle había compuesto para el Ejército del Rhin “y que se oía aquí por primera vez”. Uno de los testigos de aquella ceremonia fúnebre fue el estudiante de medicina Étienne-François Mireur, quien el 20 de junio viajó a Marsella para, como voluntario, unirse al batallón marsellés que próximamente partiría hacía París.

El 21 de junio, el joven Mireur fue calurosamente recibido en el seno de la Sociedad Jacobina de Marsella y el día 22, en un gran banquete ofrecido al batallón de voluntarios marselleses, el estudiante de Montpellier, después de las patrióticas arengas, en medio del silencio general, entonó el Canto de guerra del Ejército del Rhin, con “una expresión tan enérgica que todos los asistentes se sintieron electrizados”.

El 23 de junio el Juornal des Departements Meridionaux publicó el texto del Canto de guerra y, antes de partir hacia Paris, a cada uno de los voluntarios se le entregó una copia. Al llegar los voluntarios marselleses a la capital, a mediados de julio –después de una marcha de 27 días –aquel Canto de guerra del Ejército del Rhin que, lógicamente, debiera haberse llamado La Estrasburguesa, fue entusiásticamente acogido por el pueblo y transformado en la Marsellesa. El mismo Rouget de L’Isle, al insertar su canto de guerra en sus Ensayos en Verso y en Prosa (1706), lo tituló El himno de los marselleses.

Paradójicamente el autor de La Marsellesa –cantada por los revolucionarios que el 10 de agosto de 1792 asaltaron Las Tullerías y abatieron el reinado de Luis XVI, por negarse a prestar su juramento al decreto que abolía la monarquía francesa- fue exonerado, denunciado y encarcelado y, sin duda, su cabeza hubiera sido segada por la guillotina de no producirse la caída y muerte de Robespierre, el 27 de julio de 1794.

Fue Rouget de L’Isle quien, por estimar excesivamente republicanos dos versos que en su versión original decían: “ET bruit de votre gloire”, los reemplazó por estos otros: “Et que les ennemis expirants/voient ton triomph et nôtre gloire”.



Devorados por la revolución

Claude-Joseph Rouget de L’Isle se reintegró en el Ejército pasados los días del teror y, a las órdenes del mariscal Hoche, participó en la campaña de La Vendée. Pero en 1796, ya con 36 años cumplidos, se retiró a su ciudad natal,  Lons-le-Saulinier (Jura), para dedicarse con más empeño a la música y a la literatura. Entre otras obras compuso, con mediocre éxito, Cincuenta cantos franceses para acompañamiento de piano, Veinticinco romanzas para violín y alguna ópera. La monarquía de Luis Felipe de Orleans le concedió una pensión que le ayudó a resolver sus problemas económicos y, protegido por su buen amigo Monsieur Voiart, en cuya caso pasó los últimos años de su vida, Claude-Joseph Rouget de L’Isle, autor del más perfecto, brioso y emotivo de los himnos nacionales, falleció en Choisy-le-Roi, olvidado por casi todos, el 27 de junio de 1836, a los 66 años.

El mariscal Nicolas Luckner, para quien, en principio, fue compuesta La Marsellesa, acusado de traición pereció en la guillotina el 4 de enero de 1794. El barón Philippe-Fréderic Dietrich, alcalde de Estrasburgo y experto mineralogista, que tuvo el honor de ser la primera persona en cantar La Marsellesa, fue igualmente devorado por la Revolución: la guillotina le rebañó el cuello el 5 de marzo de 1793. Y aquel estudiante de medicina, Étienne-François Mireur, que no tuvo la oportunidad de concluir su iniciada carrera, y al que podríamos llamar “el padrino de La Marsellesa”, por haber sido él quien la descubrió a los marselleses, murió heroicamente el 8 de junio de 1798, a los 27 años de edad, en el asalto y conquista de la ciudad de Alejandría por el ejército napoleónico, durante la famosa expedición a Egipto.












































jueves, 8 de diciembre de 2016

LA CAÍDA DE ROBESPIERRE

En la primavera de 1794, la acción represiva del Comité de Salvación Pública, presidido por Robespierre, que hasta entonces se había dirigido contra los girondinos y monárquicos, se volvió contra la propia Montaña, el partido que lo había llevado al poder, en marzo fueron ejecutados los hebertistas, partidarios del radical Jacques Hébert, y en abril los "indulgentes", cuyo dirigente más caracterizado era Danton. Ello privaría a Robespierre del apoyo necesario ante la coalición que se preparaba contra su poder personal. Cuando, el 26 de julio (8 termidor) de ese año, Robespierre expuso en la Convención su voluntad de castigar a los corruptos, quienes se sintieron amenazados se aliaron con los elementos moderados para acabar con él. El día 27 la Convención declaró a Robespierre "fuera de la ley", la fórmula de proscripción republicana. Sus partidarios no lograron organizar una de las clásicas "jornadas" revolucionarias como las que habían derribado a la monarquía o a los girondinos. La mayor parte de la Guardia Nacional fue fiel a la Convención, y a lo largo del día siguiente Robespierre y veintiuno de sus correligionarios fueron arrestados y ejecutados. A su muerte se desató en Francia un "terror Blanco" contra los jacobinos. Esta "reacción termidoriana" también evidenció el rechazo al rigorismo moral jacobino. Se produjo el triunfo de una "juventud dorada" en la vida social de París, con exaltación del lujo y de las diversiones. La española Teresa Cabarrús, amante y luego esposa del diputado antirrobespierrista Tallien, fue festejada como Nuestra Señora de Termidor.
La detención fue decretada por la Convención a las tres de la tarde del 9 termidor. (27 de julio de 1794). Aunque el incorruptible y sus seguidores lograrían refugiarse en el Ayuntamiento de París, las tropas de la Convención los detuvieron allí a las dos de la madrugada del día 28. Robespierre intentó suicidarse de un disparo, pero sólo se rompió la mandíbula. Por la noche fue guillotinado en la plaza de la Revolución, junto con su hermano Augustin (conocido como Robespierre el joven) y otros de sus seguidores.


Fuente:
Texto: PERE MOLAS
CATEDRÁTICO DE HISTORIA MODERNA DE LA UNIVERSIDAD DE BARCELONA
Revista Historia
(National Geographic)
Número 3

sábado, 3 de diciembre de 2016

LA ÉPOCA DEL TERROR

Se conoce como el Terror (en francés, la Terreur) el período más violento de la Revolución Francesa, durante el cual el gobierno revolucionario, controlado por los hombre del partido de la Montaña ejerció el poder de manera prácticamente dictatorial. El Terror se inició con las jornadas revolucionarias de junio de 1793, que obligaron a la Convención a expulsar de su seno a 22 diputados girondinos, luego ejecutados. El asesinato del revolucionario Marat a manos de la monárquica Charlotte de Corday llevó al incremento de la represión. Después de que Danton abandonase, el 10 de julio de ese año, la jefatura del Comité de Salvación Pública, éste fue controlado por Robespierre. Una ley de sospechosos afectó a más de medio millón de personas. El sistema judicial montado contra monárquicos y girondinos alcanzó en 1794 a diversas facciones de la Montaña. El rigorismo de Robespierre alarmó a los diputados que se habían enriquecido por métodos corruptos, mientras que otros le consideraban un dictador en potencia: estaban escandalizados por la ejecución de Danton (abril de 1794), y espantados por el poder que había alcanzado Robespierre tras la muerte de este último. Antiguos comisarios en misión temían que se les pidiera cuenta de su actuación política y económica. Por otra parte, la persecución de los enragés (elementos radicales) privó al Comité de apoyo entre las clases populares de París. Esta coalición de intereses condujo al a reacción de temidor (julio) de 1794, que llevó a la guillotina a Robespierre y a sus principales seguidores.
Fuente:
Revista Historia
(National Geographic)
Número 3
Texto: PERE MOLAS
CATEDRÁTICO DE HISTORIA MODERNA DE LA UNIVERSIDAD DE BARCELONA

jueves, 1 de diciembre de 2016

EL FIN DEL ANTIGUO RÉGIMEN LA REVOLUCIÓN FRANCESA


Sangrienta y febril, barrió el feudalismo y consagró

la libertad y la igualdad ante la ley, base del actual

Estado de derecho. Con ella se inicia la

Edad Contemporánea

La última vez que Luis XVI pudo tener un gesto de monarca absoluto  -él, nada menos que un Borbón- fue el 23 de junio de 1789, menos de un mes antes de la toma de la Bastilla por el pueblo de París. Y en cambio, esbozó un gesto dubitativo, un gesto de vencido. Incapaz de imaginar otra cosa que esa sociedad aristocrática –con la corte de la que sin embargo desconfiaba- leyó ante la Asamblea Nacional –un organismo cuya existencia misma lo indignaba- una declaración en la que aceptaba que su poder estuviese controlado por los Estados Generales. A su lado, la odiada austriaca, la hija de María Teresa de Austria que, casi niña, se le había entregado como esposa, permanecía en un silencio lleno de desprecio hacia la pusilanimidad de su esposo y el insólito atrevimiento de sus interlocutores. Educados ambos, Luis y María Antonieta, en la firme convicción de que el orden divino les había dado el poder de reinar, ahora se encontraban ante una multitud desconocida y llena de entusiasmo que no podían siquiera comprender: Versalles, la corte que los aislaba de París, había sido, durante largos años, la cárcel dorada y la trampa mortal de la que sólo para ser ejecutados saldrían de modo definitivo. Sin duda ambos se preguntaron, cuando les llegó a Versalles, pocos días después, la noticia del asalto a la Bastilla, si eso tenía alguna importancia o era un eslabón en esa irritante cadena de impertinencias. Conocemos lo que el rey Luis, aficionado a los relojes y a la caza, apunto en su diario el 14 de julio de 1789: “Nada”.

No fue sólo tontería o egoísmo sino atónita ceguera. ¿Cómo había pasado lo que estaba pasando? ¿Cómo había llegado un rey absoluto a aceptar condiciones de diputados burgueses, del pueblo llano, de soldados mal entrazados?



¿CÓMO Y POR QUÉ?

A lo largo del siglo XVIII el movimiento filosófico de la Ilustración –con sus representantes Voltaire, Diderot o Rousseau– había señalado que no había motivo racional para obedecer al poder absoluto de los reyes o doblegarse ante la nobleza y el clero. Luis XVI, nacido en 1774, había heredado un reino con visibles dificultades económicas. La hacienda estatal no podía hacer frente a un déficit creciente –agravado por la intervención francesa en la guerra de la Independencia de Estados Unidos- sin que la corona recaudar a más dinero de los opulentos. Pero, para recaudar dinero Luis XVI necesitaba apoyo de los tres estamentos (la nobleza, el clero y la burguesía) que conformaban los Estados Generales. Y sucedía que, debido a la consolidación de la monarquía absoluta durante los dos siglos anteriores, los Estados Generales no se congregaban desde hacía ciento setenta y cinco años.

En verano de 1788 las arcas reales estaban vacías. Cuando los Estados Generales se reúnen, en mayor de 1789, lo primero que surge es una importante demanda del llamado  tercer estamento o tercer estado (la burguesía). Quieren disponer de tanto diputados como el clero y la nobleza juntos. Quieren que las votaciones se han “por cabeza” y no por estamento. Y lo logran. Es el inicio de la cascada que en tres meses  llevará a la toma de la Bastilla: el 17 de junio los Estados Generales se constituyen en Asamblea Nacional y proclaman que van a elaborar una constitución. En el edificio del Juego de pelota de Versalles, el 20 de junio, se pronuncia el solemne juramento que la legitima. El día 23 Luis XVI lee de mal grado la aceptación de la autoridad de la Asamblea Nacional. Días más tarde quiere retroceder; pero el 14 de julio cae la Bastilla.

Ahora, a los gestos, se suman los cambios en la indumentaria. El rey debe visitar el Hôtel de Ville, sede del municipio de París, y aceptar la nueva bandera tricolor, en la cual el azul y el rojo de la ciudad se unen con el blanco de los Borbones. Y también debe aceptar (lo que lo convierte en un prisionero) la custodia de una milicia urbana, nacida en la capital: la Guardia Nacional. París es ya uno de los centros del poder revolucionario.



DE SUBDITOS A CUIDADANOS

Tras París, Francia. Durante el verano de 1789, tiene lugar una inmensa rebelión campesina: castillos incendiados, señores que firman la renuncia de sus privilegios sobre el campesinado. La Asamblea Nacional recoge las consecuencias, y en la noche de 4 de agosto se suprimen todos los derechos señoriales o feudales. Y el día 26 de ese mismo mes se aprueba la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, basada en la célebre máxima libertad, igualdad y fraternidad. El concepto de “ciudadano” expresa la igualdad ante la ley y entierra definitivamente la noción de súbdito o de vasallo.

A principios de octubre de 1789, una nueva jornada revolucionaria debilitó todavía más el poder del monarca. El día 5, una muchedumbre salida de París asaltó el palacio de Versalles. El rey y su familia fueron obligados a trasladarse a la capital, donde permanecieron bajo la presión revolucionaria; les siguieron los ministros y la Asamblea. Los aristócratas más ricos habían comenzado a emigrar al extranjero. Sin apoyos y sin corte, la familia de Luis XVI se convierte en un mero conjunto de prisioneros. Durante dos años siguen las grandes reformas, como la ordenación de la Iglesia por la Asamblea de acuerdo con la Constitución civil del clero (1790), rechazada por el Papa. Pero se confiscan los inmensos bienes de la Iglesia. Con su garantía se procede a emitir un papel moneda (el “asignado”) que no logra, sin embargo, estabilizar la situación financiera.

En junio de 1791, se dice que merced al apoyo de un amante sueco de María Antonieta, Luis XVI, la reina y sus hijos intentan huir al extranjero pero, descubiertos en Varennes, son obligados a volver a París. El 3 de Septiembre se proclamó la nueva Constitución, que le prisionero Luis XVI aceptó, y en ese mismo mes se eligió una nueva Asamblea Nacional. Francia se había convertido en una monarquía parlamentaria sin estamentos privilegiados. Las tradicionales provincias, consideradas parte de un pasado feudal, fueron sustituidas por circunscripciones de menor extensión: los departamentos, con denominación geográfica.



EL FIN DE LA MONARQUÍA
Sin embargo, la Revolución no había terminado. Muchos de sus partidarios deseaban extenderla por otros países, lo que significaba la guerra con otras monarquías europeas, todavía regidas por soberanos absolutos. Se esperaba que una guerra de estas características haría imposible la perduración de la monarquía constitucional en Francia. En la primavera de 1792 Austria y Prusia, núcleo de la Primera Coalición antirrevolucionaria (a la que se sumó España) amenazan Francia, con el objetivo de restablecer el poder del rey, lo que, paradójicamente, hizo más inestable la posición del soberano. El palacio de las Tullerías, donde se alojaba la familia, fue ocupado por una multitud el 20 de junio, y tomado definitivamente por asalto el 10 de agosto de 1792, tras la matanza de la guardia real. La autoridad del rey fue suspendida por la Asamblea y la familia real quedó detenida.

Mientras muchos partidarios de la monarquía eran asesinados, fue elegida una Convención Nacional. Esta nueva Asamblea, más revolucionaria que la anterior, proclamó el 21 de septiembre de 1792 la República “una e indivisible”, después de que el día 20, en Valmy, fuese detenida la invasión de Francia por los ejércitos de Austria y Prusia. Por entonces, los soldados de la República disponían de un nuevo himno de combate: el canto de guerra del ejército del Rin, conocido como La marsellesa.

La presión de la defensa nacional acabó con el proyecto de Constitución democrática. Ahora el poder estaba en manos de los comités organizados para  resistir la invasión de los ejércitos extranjeros, en especial el Comité de Salvación Pública. El partido moderado de los girondinos (cuyos dirigentes procedían de la Gironda, región de Burdeos) fue desplazado por el grupo más radical de la Montaña, y en especial por el club político de los jacobinos (así llamados por reunirse en un antiguo convento de la calle San Jacobo).

Luis XVI fue juzgado por la propia Convención, condenado a muerte y guillotinado el 21 de enero de 1793. La presión revolucionaria afectó también a los girondinos, cuyos diputados fueron expulsados de la Convención y ejecutados. Igual suerte corrió la reina María Antonieta, el 16 de octubre. Su hijo el Delfín fallecería durante el encierro en el Temple.



LA REVOLUCIÓN DEVORA A SUS HIJOS

Pero el vendaval revolucionario no era recibido en las provincias con el mismo entusiasmo. La resistencia de algunas ricas ciudades comerciales como Lyon, Tolón o Nantes fue reprimida con dureza por diputados de la Convención dotados de poderes especiales, los comisarios. Esta nueva figura se hizo prevaleciente, de allí surgió la policía moderna. Los comisarios vigilaban a generales, a comerciantes, a nobles de provincia, a posibles traidores. Tras la caída de los girondinos en la primavera de 1793, se inició el período conocido como el Terror.

Un nuevo mundo necesitaba un nuevo calendario: 1792 fue el año I de la República. Los meses aludían a las condiciones climáticas (brumario, firmario, termidor) o al cielo agrícola (floreal, fructidor, vendimiario). Además, se realizó una importante campaña de descristianización de la sociedad.

Pero durante los primeros meses de 1794 se produjeron divisiones en el seno de los jacobinos que controlaban el poder. Maximilien Robespierre, a quien sus partidarios llamaban el Incorruptible, llevó a cabo una doble depuración. Por una parte persiguió e hizo ejecutar a algunos delos elementos más exaltados, los llamados enragés (rabiosos). También  a su principal rival, Georges-Jacques Danton, y a sus partidarios, que no habían sido tan incorruptibles. Además, los dantonistas fueron catalogados y condenados como “indulgentes”.

Pero la espiral del Terror llegó hasta el Incorruptible el 27 de julio de 1974, cuando quienes se oponían a su gobierno lograron que la Convención lo declarase  fuera de la ley. Él y sus principales partidarios fueron ejecutados al día siguiente. Ésta fue la llamada “reacción termidoriana”, por haberse producido durante el mes termidor (julio).

El Comité de Salvación Pública fue reformado para que lo integraran diputados de diversas tendencias. Los girondinos supervivientes fueron amnistiados y se persiguió a los diputados considerados “terroristas” –de donde surge el término tal como se utiliza en la actualidad-. La caída de Robespierre y de los jacobinos estabilizó el poder en manos del centro de la Convención, representado por los diputados que formaban la Llanura, en oposición a la Montaña.

La estabilización de la República se vio facilitada por sus éxitos militares. A lo largo de 1794 los ejércitos republicano, organizados por medio de levas en masa –lo que marca el inicio del servicio militar moderno- pasaron a la ofensiva en todos los frentes y lograron victorias significativas contra Austria y Prusia. En los territorios ocupados, los franceses organizaron “repúblicas hermanas” (la belga, la renana, la bátava u holandesa), algunas de las cuales pronto serían englobadas dentro de los límites de la propia República Francesa.

En 1795 se firmó la paz de Prusia y España, que reconocieron el nuevo régimen republicano. Pero la guerra continuó contra Austria –a la que apoyaba Gran Bretaña-, lo que potenció el poder de los jefes del ejército, que pronto se hizo necesario para defender el régimen de los ataques interiores.



LA REPÚBLICA DE LOS GENERALES.

La Convención se disolvió en 1795, después de haber votado una nueva Constitución, la del año III (1794). Este nuevo texto establecía un sistema con dos cámaras legislativas –el Consejo de los Quinientos y el Consejo de los Ancianos- y un poder ejecutivo en manos de cinco personas: el Directorio.

Para hacer frente tanto a la amenaza revolucionaria de los jacobinos como a la reaparición de los “realistas” o monárquicos, el Directorio tuvo que apoyarse en los jefes militares victoriosos. Ya el 5 de octubre (vendimiario) de 1795, el general Napoleón Bonaparte aplastó en París una insurrección realista conocida como las “jornadas de vendimiario”.

En 1799, una parte importante de los políticos republicanos se había resignado a aceptar el mano de algún general que conservase los logros sociales de la Revolución. Napoleón Bonaparte sería ese general: el hombre providencial, el hombre dispuesto a gobernar Francia y conquistar Europa.



¿EL FINAL DE LA REVOLUCIÓN?

El 9 y 10 de noviembre de 1799 (18 y 19 brumario) Napoleón da un nuevo golpe y disuelve, junto con su hermano Lucien, los consejos de los Ancianos y de los Quinientos.

¿Terminó este hecho con la Revolución?  Más que hacerlo, fijó una fecha útil para separar la etapa revolucionaria de lo que la siguió. Pero la continuidad es evidente: Napoleón consolidó las principales consecuencias sociales e institucionales de aquella. Dejando de lado el fascinante itinerario que lo convirtió en cónsul primero, en emperador más tarde y en desterrado en un islote frente a África al final de su vida, su gobierno, con la promulgación del código civil en 1802, dio forma institucional a las grandes líneas del orden social revolucionario: el triunfo de la propiedad burguesa, libre de privilegios estamentales. Los principios igualitarios de la Revolución –igualitarios salvo en lo relativo a las mujeres- fueron interpretados a la luz de los derechos de la propiedad, sólo las personas económicamente independientes podían ser ciudadanos que gozaran de la plenitud de derechos políticos.

El régimen napoleónico dio mayor  énfasis centralista a la organización territorial de la República, que los jacobinos ya habían definido en sentido unitario, mediante el establecimiento de los perfectos al frente de los departamentos. Y la política exterior napoleónica fue la continuación de la política expansiva defendida por los girondinos en 1792.

La Revolución quedó como un modelo para los movimientos ulteriores basados en los sentimientos de libertad política e igualdad social. Esta inspiración en el modelo francés fue evidente incluso en la revolución rusa de 1917, cuyos dirigentes siempre temieron la aparición de un Bonaparte que pusiera fin al proceso revolucionario.

Fuente:
Revista Historia

(National Geographic)

Número 3

Texto: PERE MOLAS
CATEDRÁTICO DE HISTORIA MODERNA DE LA UNIVERSIDAD DE BARCELONA